Los rincones ocultos de la Biblioteca Nacional de España

Toda institución centenaria tiene sus secretos. En la Biblioteca Nacional Española (BNE), una institución cargada de historia, acechan en las entrañas de su Depósito General, el sombrío almacén en el que se guardan libros que abarcan más de cuatro siglos de conocimiento impreso. Es un lugar vedado al gran público.

El piso octavo del Depósito General de la BNE, una estructura metálica de 12 alturas que fue construida por un discípulo de Gustave Eiffel, atesora obras de cuatro siglos de antigüedad.
Un repaso rápido identifica tratados de astrología, memoriales de reinas católicas, arcanos estudios de metalurgia o traducciones de clásicos prohibidos durante años por el férreo dictamen de la Iglesia Católica. Ordenados en estanterías, estos documentos -la punta del iceberg de una colección que supera los 30 millones de objetos- se extienden durante 800 kilómetros. Reposan en baldas de hierro moldeadas por un discípulo de Gustave Eiffel. El único criterio que rige su colocación es el del tamaño, lo que en la jerga técnica llaman tallaje.

La gran sala de lectura de la BNE. Aunque sea una zona de libre acceso para investigadores, sigue siendo el rincón favorito de la directora de la Biblioteca.
Éste es el lugar preferido de Arsenio Sánchez, premio Nacional de España de Restauración y Conservación de Bienes Culturales en 2013 y una eminencia en su campo. "En el Depósito General, aunque no sea tan de relumbrón como el de incunables (libros anteriores a 1501, es decir, al momento previo a la aparición de la imprenta de Gutenberg), haces hallazgos constantemente", dice.

Sánchez, con una interesante trayectoria como rescatador de libros en lugares en conflicto, es uno de los seis miembros del equipo que se encarga de los manuscritos, impresos raros e incunables. Un fuerte olor a acetato impregna el laboratorio donde trabaja. Su mesa está abarrotada de volúmenes, plagada de elementos de restauración.

"Con una pieza estuve 8 años", explica con la humildad del artesano que cuenta pacientemente a los profanos los trucos de su arte. "Era un Breviario de Amor, un 'best-seller' de la Baja Edad Media. Es una obra que adoro, la llamo el libro de la revelación, porque es la que a mí me enseñó una forma distinta de entender todo el proceso de conservación".

Arsenio Sánchez muestra un Chronicarum (libro de crónicas y viajes) del siglo XV con el que está trabajando.
Hallazgos como rutina

El Depósito conoce una tímida y pálida luz. Es la única manera de preservar las joyas de la mayor institución bibliográfica del mundo hispanohablante, una biblioteca fundada por el capricho ilustrado del primer rey Borbón español, Felipe V. La Biblioteca ha ido nutriéndose de colecciones privadas de aristócratas y eruditos, como la del Duque de Osuna, que contenía una comedia anónima del siglo XVI. La Biblioteca descubrió que esa obra era en realidad "Mujeres y criados", una pieza desconocida de Lope de Vega, el mayor dramaturgo del siglo de oro de las letras hispánicas.

En centenares de cajones se guardan piezas metálicas con las letras, números y símbolos de las tipografías que se utilizaron durante siglos.
Aunque pueda parecer extraordinario, el hallazgo forma parte de la rutina de la Biblioteca. En los últimos tres años, se han efectuado siete anuncios parecidos: uno de ellos fue el de una partitura de Vincenzo Bellini encontrada entre unos documentos fotográficos. Un hecho rutinario en una institución que se jacta de poseer una primera edición canónica de "El Cantar de Mio Cid" en una cámara acorazada, así como buena parte de los grabados originales de Alberto Durero o una primera edición de "El Aleph" de Jorge Luis Borges comprada en una subasta de la casa Christie’s, entre otros muchos tesoros e incunables.

El gran reto de la BNE es digitalizar todos sus fondos.
Para verlos, hay que superar más controles de seguridad de los que llevan al depósito, al laboratorio de Sánchez o al de encuadernación. En este último, todavía siguen trabajando a la antigua usanza. Sólo unas pocas máquinas les facilitan la labor de tallado de las guardas, de los lomos. Pero los títulos de muchos de los libros enfermos se siguen ornamentando manualmente con la técnica del hierro a presión, con la que se forman las letras doradas.

El progreso se va introduciendo lentamente por los laberínticos pasillos, velados durante gran parte de su recorrido por la memoria manual de la Biblioteca: sus ficheros no digitalizados. Todas las fichas anteriores a 1980 se almacenan en sus casilleros. Tantos y tan largos que los empleados de la institución los llaman "la culebra".

Este progreso es la principal preocupación de Ana Santos Aramburo, directora de la Biblioteca Nacional desde hace año y medio. "El pasado lo veo espléndido, porque una institución que ha sido capaz de permanecer en un primer nivel de la cultura española durante más de 300 años es lo suficientemente sólida para que tenga un pasado espléndido y un futuro esplendoroso".

Un futuro que pasa por la digitalización de su ingente fondo bibliográfico y audiovisual.

"El gran reto de la BNE es la preservación y la transmisión de los contenidos digitales", señala Santos Aramburo, tras poner como modelo a las Bibliotecas Nacionales de Francia e Inglaterra. Es lo que debería aspirar a ser la institución.

Una estauradora de la BNE trabaja minuciosamente sobre la cubierta de una de las obras reservadas en el fondo de manuscritos, incunables e impresos antiguos y raros.
Fuente: BBC

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